El hombre que miraba hormigas. Hanz Morgenstern. Técnicas Mixtas. Sketchbook. 2025.
“No hay hechos, sólo interpretaciones”
Friedrich Nietzsche, Fragmentos Póstumos.
Desde pequeño, perfeccioné el arte de observar. Manteniéndome estático pero atento al mundo que me rodeaba, me sumergía en los detalles sutiles de las cosas, encontrando significado en aspectos que para otros eran insignificantes. Incluso lo incuestionable se transformaba en objeto de mi curiosidad, convencido de que todo requería una explicación lógica. Sin embargo, esta forma de ver el mundo a menudo no era comprendida por mis coetáneos, lo que me llevó a un aislamiento en mi adolescencia, incapaz de asimilar conceptos que para muchos eran intuitivos como el amor, la amistad o la libertad, los cuales sigo explorando y tratando de integrar en mi comprensión del mundo.
Con el tiempo y la experiencia, mi enfoque empírico me llevó a analizar la medicina desde múltiples ángulos. No solo memorizaba detalles de procesos fisiológicos, sino que reflexionaba sobre sus orígenes y su impacto en áreas como la economía, la cultura o la política. La comprensión de la salud desde estas diversas perspectivas eran inquietantes y profundas, a menudo tuve que moderar mis opiniones para adaptarme al sistema educativo. La psiquiatría, particularmente, se convirtió en un campo donde este enfoque multidimensional se hizo aún más evidente.
Cuando comencé a estudiar el Manual Diagnóstico de Trastornos Mentales (DSM), mi curiosidad intelectual me impulsó a realizar asociaciones que en ese momento eran difíciles de profundizar debido a mi limitada experiencia clínica. Recuerdo claramente una frase de mi mentor psiquiatra al concluir mis prácticas, que aún resuena en mi ejercicio profesional: "Cuestiona todo. Tal vez la farmacología no sea tu punto fuerte, pero posees una habilidad notable para observar lo que otros no ven." Tomé este consejo como un elogio y lo he utilizado como fundamento en mis consultas desde que me gradué.
Con el tiempo, comencé a atender en un centro médico local. En mi primer día, una mañana de febrero, recibí a L.C., un joven de diecinueve años con un aire sombrío y distraído, del cual percibí su desconfianza hacia mí y el proceso terapéutico. Nuestra primera entrevista fue algo incómoda, con preguntas imprecisas que delataban mi inexperiencia, dificultando la comunicación necesaria para establecer un vínculo terapéutico. A pesar de ello, logré recolectar información suficiente para aproximarme a un diagnóstico inicial.
L.C. se describía a sí mismo como una persona tímida desde la infancia, una época que recordaba con dolor debido a un abuso del cual había hablado poco con sus seres queridos y terapeutas. Vivía con sus padres y una hermana menor en un hogar que describía como emocionalmente distante, a pesar de un buen ambiente familiar general. Entre los antecedentes familiares, mencionó un tío bajo tratamiento por esquizofrenia y una abuela con trastorno afectivo bipolar, aunque carecía de detalles sobre sus procesos diagnósticos y evoluciones.
L.C. se enfrentó a enormes desafíos al comenzar sus estudios lejos de casa. Afectado por su incapacidad para adaptarse a nuevos entornos y su estado emocional deteriorado, un compañero le recomendó buscar apoyo psicológico. Evaluado rápidamente por un psiquiatra, fue diagnosticado con Trastorno Depresivo Mayor y Trastorno de Ansiedad Generalizada, y comenzó un tratamiento intensivo que, aunque mitigaba sus impulsos de autolesión, dejó severos efectos secundarios como el aplanamiento afectivo, un estado que como el refería, lo hacían sentirse distinto de él. Su lucha se intensificó hasta que una crisis aguda lo llevó al borde de poner fin a su dolor emocional de manera definitiva. Gracias a un breve destello de consciencia al intentar terminar finalmente con su vida, se impulsó a buscar una segunda oportunidad y pedir ayuda.
Mientras escuchaba su relato, me esforzaba por entender el más allá de sus manifestaciones conductuales, que fácilmente podrían dirigirme hacia un diagnóstico de esquizofrenia, dado su historial familiar. Sin embargo, había en él un ser desesperado por comprenderse a sí mismo, deseoso de encontrar compasión interna pero incapaz de hacerlo. Al concluir nuestra sesión, renové su receta médica y, sintiendo la necesidad de explorar más a fondo, lo cité para la siguiente semana. Me debatía internamente entre seguir un diagnóstico aparentemente evidente o escuchar verdaderamente lo que él necesitaba.
Reflexioné el resto del día sobre cómo ayudarlo, conectando profundamente con su angustia que hacían revivir mis propias crisis de pánico. Después de conversar con mi mentora, la psiquiatra que me formó, le expuse los elementos que había recolectado de L., los cuales no lograba unificar. Ella me sugirió considerar la posibilidad de investigar sobre el autismo. Recuerdo vívidamente ese momento como un instante de iluminación, similar al famoso ¡Eureka! de Arquímedes. Esto abrió una nueva perspectiva en el enfoque diagnóstico y terapéutico para L., sugiriendo caminos que hasta entonces no había contemplado.
A medida que me adentraba en el estudio del autismo en adultos, cada línea leída resonaba profundamente conmigo. Descubrir este posible diagnóstico fue como mirar a través de un prisma que reorganizaba recuerdos dispersos en patrones comprensibles. Al conectar los síntomas descritos con experiencias personales, sentimientos de alivio y reconocimiento afloraron. No solo estudiaba para ayudar a L., sino que me encontraba en un viaje introspectivo. Entre lágrimas, descubría respuestas a preguntas largamente formuladas, desatando un torrente de emociones y una sensación palpable de estar finalmente comprendiendo aspectos ocultos de mi ser.
Lleno de ansiedad por compartir mis hipótesis, nos encontramos para una nueva consulta. L. se presentó sin cambios aparentes en su aspecto. Comencé recolectando detalles recientes y gradualmente introduje mis sospechas sobre el autismo. Al explicar, noté cómo su expresión se iluminaba con curiosidad. Al mencionar el autismo, L. entre lágrimas de alivio compartió sus propias sospechas y las de sus cercanos, que había reprimido por miedo y falta de información, además de los desalentadores antecedentes familiares. Durante el proceso, L. empezó un trabajo multidisciplinario con psicólogos y terapeutas ocupacionales, confiando en mis indicaciones para mantener la adherencia al tratamiento.
La mejoría de L. ha sido notable. Hemos suspendido los antidepresivos e hipnóticos, aunque sigue usando ansiolíticos para emergencias. Ha aprendido a entender como siente y funciona de forma únca, mejorando notablemente en sociabilización, cognición y organización, logros que antes veía lejanos. Al día de hoy, cuatro años después y con gran emoción, L. relata sus progresos y dificultades en cada consulta y, a través de su proceso de autoconocimiento, he conservado valiosas lecciones que amplían mi comprensión sobre las múltiples maneras en que se puede experimentar y entender el mundo en casos de neurodivergencias.
Relato esta historia como un momento crucial en mi vida, un punto en el que me aparté de lo que otros consideraban verdades establecidas para redescubrir mi propia esencia y buscar mi verdad. Al enfocarme más en las narrativas personales y menos en los criterios establecidos como norma, empecé a ver que, aunque esos criterios ofrecían un marco de referencia, lo esencial residía en la frase que subrayo en este capítulo: “No hay hechos, solo interpretaciones”. Esta idea refleja perfectamente el propósito de mi búsqueda: desaprender de manera constructiva y nutrirme de lo que percibo a través de mi experiencia y dedicación.
He comprendido que la mente es un enigma complejo, lo que ha llevado a refugiarme en la filosofía para entenderla de manera holística. La mente se muestra al observador como algo subjetivo que debe estudiarse bajo criterios objetivos, pero para quien la experimenta, es un ente con objetividad inherente a su propia realidad. Así, las vivencias personales no son hechos objetivos, sino interpretaciones que el individuo decide objetivar. Entender que los procesos mentales deben evaluarse desde la perspectiva del intérprete nos puede llevar a nuevas formas de ver el mundo y de facilitar su proceso de sanación.
Así se logra un enfoque holístico que permite explorar la complejidad del ser humano desde múltiples ángulos, incluyendo genética, trauma, nutrición, cultura, dinámicas familiares, etc. Este método no solo busca identificar síntomas presentes, sino también reconstruir una línea del tiempo de experiencias significativas que conforman al individuo actual. Esta perspectiva no solo afina el enfoque terapéutico, sino que también brinda a la persona la oportunidad de conocerse en su ineludible integridad del ser.
Haz que se destaque.
Todo empieza con una idea. Tal vez quieras comenzar un negocio o convertir un pasatiempo en algo más. O bien, es posible que tengas un proyecto creativo para compartir con el mundo. Sea lo que sea, la manera en la que cuentes tu historia online puede marcar la diferencia.

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